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Opinión

Imaginemos por favor, qué pasaría si ganare un independiente

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La euforia por las candidaturas independientes a la Presidencia de la República está desatada; inunda espacios, todavía ayer, impensables.

Si usted, al igual que yo, es de los que todavía ayer lunes pensaba que había espacios donde la objetividad y la cordura reinaban sin amenaza alguna, permítame decirle que estábamos completamente equivocados: ¡No los hay!

Es más, si también pensó que éste o aquél, siempre objetivos y analíticos jamás caerían en la borrachera independentista, también nos equivocamos. ¡También cayó!

Ahora resulta pues, que la salvación del país y su economía, y de nuestra incipiente e imperfecta democracia y de la todavía casi nula cultura cívica, está cifrada en el éxito de los aspirantes a las mal llamadas candidaturas independientes a la Presidencia de la República.

A lo anterior habría que agregar, obtener el triunfo el 1 de julio del año próximo de uno de los que alcanzaren a ser candidatos por haber cumplido,  a cabalidad, los requisitos establecidos en la legislación vigente y convertirse, así, en el sucesor de Enrique Peña Nieto.

La patria pues y su futuro, en todos aspectos, dependen de la suerte que corra uno de los candidatos independientes que aparecería en la boleta. Si ganare uno de ellos, la patria estaría salvada, y habríamos inaugurado una etapa histórica.

Ahora bien, ¿y si ninguno ganare? ¿Qué males acabarían por arruinar a este sufrido México? ¿Así de importantes son las candidaturas independientes?

Mire usted, antes de cualquier otra cosa, le pido, no que me haga un favor sino que se haga, usted mismo, un grandísimos favor. ¿Cuál es ése? Algo tan sencillo como lo siguiente.

1.- No haga caso de las frases cursilonas y almibaradas que están soltando sin recato y prudencia alguna, los que andan a la caza de ingenuos para que les den su firma de apoyo.

2.- Ninguno de los que posiblemente logren juntar las casi 900 mil firmas, tienen la estructura necesaria para dicha recolección. Por ello, es posible que de los cuatro probables -Ferriz, Ríos, Rodríguez, Zavala- únicamente dos logren ese objetivo.

3.- Fueren dos o tres o los cuatro, ninguno tiene la estructura que les permitiría realizar una campaña por la Presidencia de la República, menos un conjunto de especialistas que los asesorarían en todos aspectos.

En consecuencia, sus posibilidades de triunfar en la elección del 1 de julio del año próximo son, para no andar con eufemismos, nulas.

Ahora veamos un aspecto que, si bien ya lo he comentado aquí, no está de más repetirlo.

a.- Lo peor que podría pasarle a México con estos candidatos independientes, es que uno de ellos ganare la elección para presidente de los Estados Unidos Mexicanos;

b.- ¿Imagina usted la tragedia que enfrentó el hoy Gobernador de Nuevo León, Jaime Rodríguez, en su relación con el Congreso local, repetida en el orden Federal en la relación con el Congreso de la Unión cuya integración, dos Cámaras, 500 diputados y 128 senadores vuelve casi imposible la gobernación para un candidato de partido?

c.- ¿Sería usted capaz de imaginar la inestabilidad política generada por el enfrentamiento constante, entre el Poder Ejecutivo y ambas Cámaras del Congreso de la Unión? ¿Piensa usted que los diputados y senadores respetarían a un Pedro Ferriz y a un Jaime Rodriguez que se han pasado muchos años el primero y poco más de dos el segundo, ofendiendo de múltiples maneras a los políticos, particularmente a los legisladores y a los dirigentes de los partidos políticos?

d.- ¿Piensa usted que a Margarita Zavala la apoyarían los legisladores, si vemos hoy los juicios de su esposo que no cesa de ofender a unos y a otros?

e.- De Ríos, ni caso tiene ocuparse porque, como usted sabe, sus posibilidades son pocas, incluso de conseguir las firmas requeridas para ser candidato.

Ahora le pregunto: ¿Debería ganar un candidato independiente la elección para ocupar la Presidencia de la República? ¿Estaría el país en condiciones de procesar la inestabilidad económica y política producto de tener un a un presidente de la República sin un diputado y sin un senador amigo en el Congreso de la Unión?

¿Verdad que no? Si lo dudare, le pediría volteare hoy a Nuevo León.

El contenido, comentarios y fuentes de información de los colaboradores y/o columnistas que se difundan en Siete24 y Deportes Siete24, son responsabilidad de cada uno de sus autores.



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Columna Invitada

Cuando el Búho canta, la huelga muere

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Por Guillermo Moreno Ríos

Veo con tristeza, como ciudadano, como egresado y como maestro de horas sueltas que soy de la Universidad de Sonora, de la carrera de ingeniería civil, como se desmorona la esperanza de los estudiantes con el temor ante la afirmación insensible de quienes promueven la huelga de que se perderá el semestre.

Creo como hombre de bien y respetuoso del derecho, que es legal la huelga a la que acuden los sindicatos universitarios, apelando por sus derechos, los cuales considero deben de ser escuchados y tomados en cuenta; pero, ¿quién ve por los derechos de los estudiantes para tener una educación de calidad? a la altura de las mejores universidades del país; ¿quién ve por el derecho que tienen los padres de familia? sobre todo foráneos que con mucho esfuerzo y la buena de Dios, mandan a sus hijos a prepararse académicamente y fincar sus esperanzas en los futuros profesionistas.

Veo con tristeza, que las autoridades estatales, encabezadas por el gobernador del estado y aún con un secretario de educación que fue un rector de la Universidad y que contó con muchísimo apoyo del gobierno estatal de entonces; sea tan pasivos e indolentes.

Veo con tristeza, a un rector que no da la cara, que se esconde ante una realidad de conflictos no resueltos, que cada día que pasa cuesta y con tranquilidad afirma, al menos en medios de comunicación, pues que el semestre se alargue el semestre hasta junio o julio.

Es probable que reciba respuestas misivas con bastantes argumentos legales sobre los derechos de huelga, incluso tachándome de ignorante o de falto de sensibilidad política, pero no puedo quedarme callado, no puedo quedarme inerte ante esta injusticia respaldada en una legalidad que confunde un bien público, un futuro prometedor, con una empresa.

Sé que de ambas partes, existen argumentos válidos, que han hecho que sus posturas sean rígidas y no dudo, que con un dejo de razón; pero los invito a que recapaciten; que se busque otro tipo de presión, su derecho se pierde cuando pisoteas el derecho de otros, como en este caso sucede con el derecho a la educación de nuestros jóvenes.

No he dejado de dar clases, veo con firmeza el carácter de mis alumnos, recios y constantes, sacrificando el trasladarse a otra sede para poder tomar su clase. Agradezco a quienes me han permitido desde ahí trasladar esta protesta silenciosa y pacífica ante la injusticia que vivimos la mayoría de la comunidad universitaria y la comunidad en general.

Soy maestro, soy exalumno y me duele ver que como sociedad seguimos pasivos, me pregunto cuántos de los que me leen en este momento, no fueron víctimas de alguna huelga o perdieron un semestre.

Hago un llamado a todos quienes quieran y puedan hacer posible que ante la intolerancia y falta de diálogo, nuestros estudiantes no pierdan el semestre, a ti maestro; a ti que puedes prestar tus instalaciones, a ti medio de comunicación que puedes con tu influencia social lograr establecer un ambiente armónico y a las autoridades, tanto sindicales, universitarias y de gobierno, hacer un alto en el camino y recapacitar; por el bien de Sonora y de su gente.

Hago un llamado a los estudiantes, máxima libertad dentro de un máximo de orden; manifestarse y exigir de manera pacífica la apertura de la universidad, también es un derecho al que no se ha acudido; el orden social debe de prevalecer, manifestémonos tomando clases extramuros, demostremos que nuestro corazón de búho no se opaca ante el nido tomado, aprovechemos y extendamos las alas y cantemos, porque cuando el búho canta, la huelga muere.

Escrito originalmente el 2 de abril de 2014

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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Columna Invitada

La decisión

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Por Antonio Maza Pereda

Estamos cerca de una de las decisiones más importantes que puede tomar un ciudadano: las elecciones federales. Poco menos de seis semanas y todo el proceso electoral que nos ha tenido entretenidos por más de un año, finalmente culminará.

Para la mayor parte de la ciudadanía, la decisión no será fácil. Claro, siempre habrá los núcleos duros de los partidos que ya tienen hecha su decisión o, mejor dicho, otros la han tomado por ellos. Pero el ciudadano común, el que no tiene compromisos previos, todavía está en situación de incertidumbre. Sí, hay tendencias de investigaciones y estadísticas. Claro, habrá quienes hayan contestado esas encuestas sinceramente. Pero también hay quienes todavía no desean contestarlas o las contestan a la ligera. Por lo que esos pronósticos no son de confiar, sin tomar en cuenta que, con frecuencia, son contradictorios.

Tenemos obstáculos que nos impiden tener una decisión clara. Muchos de ellos vienen de nuestros temores. Por ejemplo: nos dicen que los errores que cometamos, si es el caso, ya no habrá manera de corregirlos. Y eso pone una tensión muy particular en el ánimo de los ciudadanos. Otro temor muy importante: no tenemos claridad sobre la información que estamos recibiendo. Nos han mentido tanto, que ya no nos queda claro: ¿en dónde está la realidad? Y en esas condiciones siempre será muy difícil tomar una decisión con tranquilidad.

No es que sea algo novedoso. Hace poco menos de 2000 años, nos relatan los evangelios, Poncio Pilato tenía esta misma pregunta: “¿qué es la verdad?” Y era tal su escepticismo, que ni siquiera se quedó a esperar cuál era la respuesta. Así estamos actualmente: en un mar de confusión. Personas muy conocedoras, expertos académicos y de otros tipos nos dan análisis completamente contradictorios. En esas condiciones, ¿a quién creer? ¿Cuál es la base de mis decisiones? Winston Churchill, hablando del tema de la guerra, decía que en esa situación la primera baja es la verdad. Esto es cierto de un conflicto bélico, y es aún más cierto en confrontaciones políticas. Basándose en el dicho de que el fin justifica los medios, todas las mentiras, los embustes y los engaños se consideran válidos; siempre y cuando sirvan para empujar el triunfo de nuestra causa.

Por otro lado, estamos viviendo la cosecha de muchos años de sembrar el odio entre los mexicanos. Se ha perdido lo que se llama la amistad social. Y esto no es algo único de nosotros, los mexicanos. Hace ya algunos años que el papa Francisco, un hombre muy respetado, en un documento dirigido a toda la humanidad hablaba de este tema y nos decía de la necesidad de qué, en todas las naciones, se reconstruya la amistad social. Porque no es posible estar viviendo continuamente en la sospecha, el odio, la falta de colaboración.

¿Será que, quienes creemos en la posibilidad de una sociedad armónica, estamos siendo unos ingenuos? Bueno, no falta quienes nos quieren convencer de esto. Ciertamente, con mucho éxito. Posiblemente, uno de los elementos de esta amistad social es aceptar la posibilidad de que puedan existir errores de buena fe. Porque no hay posibilidad de tener decisiones totalmente a prueba de error. Si esperamos decisiones que nunca fallen, en eso sí realmente seríamos ingenuos. Por otro lado, a ninguno de nosotros le gusta equivocarse y siempre tendremos en cada decisión el temor a cometer errores. Ciertamente, eso nos puede paralizar.

Hay quienes nos están convenciendo de que esta es nuestra última oportunidad de enmendar las fallas que puedan tener nuestros gobiernos. “No habrá otra”, nos dicen. “Si nos equivocamos, ya no habrá remedio”, agregan. Quien ha comprado esta idea, seguramente estará paralizado por el temor. Ante ese miedo, la única solución es abstenerse, siguiendo el consejo que ya se decía en tiempo de los romanos: en la duda, abstente. Que al final del día, bien puede ser que ese sea el propósito de quiénes nos quieren indecisos. Apuestan a nuestra abstención.

Lo que sí es cierto es que, tal vez más que en ninguna otra época, el ciudadano ya no puede conformarse con una actividad política, enfocada únicamente al momento de las elecciones. Posiblemente, siempre ha sido así, pero también es cierto que una parte importante de la clase política nos quiere ver omisos en nuestra actividad ciudadana, una vez que se haya llegado al resultado electoral. Porque, aun en el caso de que nuestros candidatos fueran los ganadores, no podemos abstenernos de nuestro papel de conocer y vigilar el desempeño de aquellos que hemos escogido. Y con mayor razón en el caso de que los nuevos gobernantes no hayan sido aquellos que preferimos.

No cabe duda de que una parte importante de la clase política nos quiere ver ausentes una vez que las elecciones hayan ocurrido. Esta temporada de turbulencia por la que hemos pasado, ha generado un despertar ciudadano sin precedentes. Se habla y discute de política, nos mantenemos informados y comunicados, debatimos y damos opinión para poder tomar nuestras decisiones. Esto ha sido algo extraordinario, sumamente importante. Este interés público, este deseo de participar, no debe perderse. Como se dice muchas veces, la política es demasiado relevante como para dejársela en exclusiva a los políticos. Es nuestro campo, el campo de los ciudadanos, que no somos exclusivamente electores, sino también mandantes. Que debemos opinar, y vigilar a aquellos a quienes hemos hecho mandatarios.

Las catástrofes naturales, muy en particular la pandemia, y el efecto del crimen sistematizado y organizado, la gran campaña de mentiras procedente de todos los grupos políticos en mayor o menor medida, nos afectan y preocupan. Esto ha generado una gran cantidad de grupos ciudadanos que, aprovechando las ventajas de las nuevas tecnologías de información, hemos estado participando, muchas veces de manera cotidiana, para conocer y opinar sobre los asuntos públicos. Esto es un gran bien y hay que protegerlo como un tesoro. Sería una verdadera tragedia que, terminando las elecciones, regresáramos a nuestros hogares a vivir en nuestra feliz ignorancia. Cómo vivimos por muchas décadas.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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Felipe Monroy

Itinerario 2024: El juego del lobo

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En la cultura popular existen tres fábulas clásicas que involucran a un niño y a un lobo; pero todas nos enseñan algo distinto que ahora resulta pertinente recordar en medio de este proceso electoral. Porque, en el fondo, para los propagandistas políticos es más sencillo retomar viejas historias, que forjar nuevas en torno a sus paladines o a sus adversarios.

La más antigua historia, habla de un pequeño que estaba encaramado en el techo de una casa cuando ve pasar a un lobo y comienza a llamar “asesino y ladrón” a la criatura; el lobo, flemático, le responde que es muy fácil ser valiente desde una distancia segura. Toda la propaganda política se basa en este principio. El juego electoral en un país democrático se realiza en cierto “espacio seguro” donde se pueden decir muchas cosas –no siempre verdaderas– sobre los adversarios sin tener consecuencias directas ni proporcionales. En una dictadura, no existe ese espacio seguro.

Este juego democrático lo asumen como natural los bandos politizados incluso en su apelativo más agresivo: hacer propaganda negra (o “guerra sucia, en serio” como dijera Jorge Castañeda) es parte casi obligada en una campaña electoral pues, al tiempo de construir una imagen propia más atractiva, se debe contaminar e incluso hasta mancillar discursivamente la honra del adversario. En México, ha habido campañas tan cargadas hacia esta agresividad con el propósito de insuflar miedo a los votantes a través de ataques personalizados que lo que se termina afectando es ese “espacio seguro” hasta volver el juego democrático literalmente en un conflicto absoluto y sin cuartel. Por si fuera poco, un gobierno emanado de una campaña de tal agresividad puede aparentemente legitimar a otras fuerzas no políticas (o fácticas) a recurrir a medios igualmente agresivos o incluso violentos.

La segunda historia habla sobre la mentira. La historia clásica de Pedrito y el lobo relata cómo el pequeño pastorcillo, cuando estaba aburrido, alertaba falsamente al pueblo sobre la llegada de un lobo. El pueblo, engañado y movilizado, creyó varias veces su mentira pero, al final, cuando la amenaza era real y la alarma del niño también, el pueblo ya no hizo nada y el lobo arrasó libremente con todo. Aquí la comunicación política de campaña también debe ser cautelosa porque si recurrentemente utiliza una falsa amenaza para convencer a sus electores, al final es probable caer en descrédito cuando realmente se necesita.

Esta segunda historia tiene una variación desde la comunicación política, en ella Pedrito no nombra al lobo con el nombre de “lobo” sino que se vale de recursos retóricos para hablar del lobo indirectamente. Este es un juego propagandístico sumamente importante porque permite al pueblo “deducir” por sí mismo la identidad del lobo. Como el acertijo exige el razonamiento del oyente es más fácil que se valide la premisa (aunque sea errónea) como recompensa al acierto mental propio.

Por ejemplo, la campaña de Claudio X. González apela a esta estrategia al asegurar que “Lo que está en juego el 2 de junio es: Democracia o dictadura, libertad o sumisión… unidad o división”. Estrictamente no están ni siquiera mencionados los proyectos políticos en colisión sino que, con el uso de la metonimia (designar algo con el nombre de otra cosa) exige al lector ubicar en cada categoría al menos a alguno de los tres proyectos políticos en contienda.

Por paradójico que resulte, este recurso retórico no sólo busca hacerse de partidarios y oponentes. Pues si se coloca en los negativos a sus adversarios, gana adeptos; y si se coloca en los negativos a sus aliados, de cualquier manera logra validar un falso argumento. El falso argumento es que la “democracia”, la “libertad” o la “unidad” se reducen al mero sufragio y no a las amplias complejidades del fenómeno político como son la soberanía popular, la igualdad política, la libertad individual y colectiva, el sistema legal imparcial e igualitario, el pluralismo político, la rendición de cuentas y transparencia, la tolerancia y respeto a los derechos humanos, la participación y corresponsabilidad cívica, la deliberación y representatividad popular, etcétera.

Esta retórica de reduccionismo político es particularmente útil a las fuerzas que guardan poder y privilegios; y es que sin duda las jornadas electorales, las elecciones y el voto son esenciales en la construcción democrática de un Estado pero no son ni el único ni quizá el más importante ejercicio cívico-democrático. La participación ciudadana democrática en la vida pública no puede reducirse a condiciones propias del juego electoral que se manifiestan mediáticamente casi siempre en polarizaciones (“A sólo se expresa como B vs C” por ejemplo: “Sólo hay dos proyectos a elegir” o “En esta elección sólo hay dos sopas”) o en dicotomizaciones (“la integralidad de A sólo puede ser B pero no C; todo A puede ser C pero no B” por ejemplo: “La democracia sólo es posible con nuestro partido pero no con el de enfrente”).

El problema es que se erige al ‘voto’ como una respuesta casi mágica frente a problemas más profundos que no se resuelven sólo votando ni apoyando con propaganda a alguna opción política. Por ello, es una propaganda utilitaria el sugerir que el voto resuelve o remedia problemas como la desigualdad, la influencia ideológica, la corrupción, el cobro de piso, la impunidad, etcétera. Un discurso así es cómodo porque interpela a quien escucha a tomar una sola decisión para sentirse en paz. Como haciéndolo pensar: “Si ya voté por B o por C, ya cumplí en la lucha contra la corrupción, los moches, la transa, el abuso…”).

Lo más importante es motivar a participar transversalmente de la vida pública a través de la educación, la formación, la acción solidaria, la promoción social con honestidad, respeto y diálogo visibilizando realidades subyugadas o sometidas, dando voz a los sin voz, construyendo entendimiento desde la crítica pero principalmente desde la pluralidad. Tal como enseña la última historia de Pedro y el lobo, de Prokofiev: el valiente niño comprende que no todos los problemas son iguales y que se requiere de la cooperación y el talento conjunto de sus amigos animales para someter al temible lobo. La fábula enseña que la audacia y el trabajo en equipo pueden vencer adversidades mayúsculas; además, si se escucha con cautela, nos enseña que, a pesar de las desgracias, no todo está perdido para siempre.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Columna Invitada

“Dinero maldito…”

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Por Antonio Maza Pereda

Es interesante que, en la contienda presidencial, se está utilizando el hecho de tener dinero como un indicador de la maldad de los contendientes. En las acusaciones mutuas, sobre todo en el primer debate y su post debate, apareció de manera reiterada el tema de la cantidad de dinero que tienen quienes compiten. Aparentemente, como muchos creen, el hecho de tener dinero, es igual a ser una mala persona y, por lo contrario, el tener escasos recursos es una garantía de que la persona es buena. ¿Cómo llegamos a esta idea? Francamente, lo ignoro.

Pero es algo arraigado profundamente en una parte importante de la población e impulsado fuertemente por los políticos, tanto de la izquierda populista como los integrantes de la dictadura perfecta. Una interpretación que no se sostiene en los hechos, pero qué es creída por muchos. No cabe duda de que el concepto forma parte de nuestra cultura tradicional. Una de las canciones rancheras más exitosas de principios de los cincuenta del siglo XX, hablaba del “dinero maldito, que nada vale”. Y no es el único caso.

Mientras que los adherentes de la 4T presumen de su pobreza franciscana, incluso como la solución a muchos de los problemas nacionales, la oposición evita el tema y trata de no hablar de su posición en ese aspecto. De hecho, de acuerdo con nuestras leyes, cualquier habitante del país tiene derecho a hacer dinero. Para la Ley, no es malo tener propiedades y bienes, mientras se hayan adquirido honestamente y se hayan cumplido todas las leyes de tipo fiscal, así como las que prohíben crear una fuerza monopólica. Pero no cabe duda de que este concepto no ha penetrado fuertemente en la población.

Para muchos la fortuna se ve como algo dudoso. Por definición, porque quien es pobre no tiene capacidad de ahorrar. La acumulación se considera sospechosa. Y muchas veces se crean leyes que buscan modos de penalizar el acopio de recursos económicos. Con bastante frecuencia se sataniza la ganancia, y se habla de las empresas no lucrativas como algo intrínsecamente bueno. A pesar de que puede haber algunas que sirven de tapadera para la corrupción. La idea de lucro tiene muy mala fama.

No está claro, para nuestros representantes populares, que las empresas necesitan tener utilidades. Y esto ocurre por muchas razones. La utilidad es la recompensa por el hecho de que el inversionista está tomando un riesgo. Claramente, cuando no hay riesgo en un negocio, puede haber dudas de su ética. Esto ocurre con frecuencia en el sistema mercantilista que ha dominado la economía de nuestro país por muchas décadas. Porque no es cierto que tuvimos un sistema neoliberal: lo que hemos tenido es la colusión de los gobernantes con una parte de los grandes capitales. A los cuales se les han permitido monopolios virtuales, gracias a los cuales el riesgo de su inversión es sumamente bajo, y sus ganancias muy grandes.

Por otro lado, una empresa que tiene bajas utilidades difícilmente tendrá recursos para modernizarse, invertir en su crecimiento, hacer una mercadotecnia que le permita crecer, pagar bien a sus empleados y capacitarlos. Las empresas, sobre todo las pequeñas y medianas con bajas ganancias, tienen muy poca capacidad de maniobra. Difícilmente podrán competir con la empresa de altas utilidades. Y, para poder mejorar su situación, prácticamente la única libertad que les queda es la de reducir aún más sus precios, con la esperanza de que eso hará que su clientela aumente. Lo cual no siempre ocurre. En esas condiciones, la empresa de bajas ganancias entra en un círculo vicioso del que difícilmente puede salir.

Pero esto, claramente, no es comprendido por cierto tipo de socialistas, basados en los conceptos de Marx y Engels, ideas construidas antes de que se conociera el desarrollo de la contabilidad de costos. Noción que los hace pensar, como esos autores, que la plusvalía es únicamente la diferencia entre el precio de venta y el pago de la mano de obra, ignorando que toda empresa tiene muchos más gastos. La idea de que “la propiedad es un robo”, elaborada por Pierre-Joseph Proudhon, en 1840, sigue siendo un dogma para muchos de ellos.

Estos conceptos siguen estando vigentes en la propaganda política de los próximos comicios del 2024. Algunos los promueven, otros tratan de evitar su discusión porque, de fondo, les da vergüenza sostener que es muy difícil encontrar una economía que crezca y que aumente el poder adquisitivo de las personas, si no se acepta la necesidad de las utilidades. Por otro lado, no queda duda de que, muchos de los que promueven el concepto de la pobreza franciscana, se han enriquecido de manera ilegal y están haciendo grandes esfuerzos para evitar que se investiguen sus propiedades.

Probablemente, no baste con una campaña electoral, a la que le quedan poco menos de cincuenta días, para cambiar esta visión distorsionada. Pero, independientemente de lo que haga la clase política, que casi toda rechaza el papel de la riqueza en el desarrollo de la economía del país, nosotros, los ciudadanos de a pie, no tenemos por qué caer en ese sofisma. Nos debe quedar claro que no necesariamente, quienes han hecho dinero cumpliendo las leyes, son personas malvadas y mucho menos pensar que los que no lo han hecho es porque son angelicales o, por otro lado, porque han sido ineptos.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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